“Las enfermedades se inician en la mente y se somatizan en el cuerpo”. Hahnemann.

Los médicos se están dando cuenta, liberándose de la ceguera reduccionista y materialista de los últimos siglos, de que no se puede separar la psique (o alma) del cuerpo (o soma). La mente y las emociones son uno con su soporte biológico material. El Dr. naturista Cidón Madrigal afirma: “estamos persuadidos de que, si no concebimos al individuo como un todo, no lo podremos curar”. Pero en las consultas y hospitales convencionales se está lejos de llegar a esa totalidad…
Esta integración de los campos de la psicología y la medicina, de “las cosas del alma” con “las cosas del cuerpo” es una condición necesaria y una oportunidad si realmente pretendemos la anhelada “visión holística” del ser humano.
Pero cuando tratamos del perdón, como posibilidad terapéutica para la liberar emociones bloqueadas y desencadenar la curación, muchos médicos y los psicólogos entran pánico ante esta palabra. Ya que es un concepto confuso y muy subjetivo. Se atreven a vislumbrar la unión de lo espiritual con lo físico en un individuo. Pero no se atreven a ver la unión de las “ciencias espirituales” con las ciencias físicas. Si aceptamos que hay una parte mental e incluso espiritual en el ser humano que puede provocar una enfermedad ¿por qué no aceptar que dichos elementos tengan sus propias leyes? ¿por qué no estudiar científicamente esos niveles y sus potenciales en lugar de desecharlos?


El Dr. Bruce Lipton es de los que empiezan a decir claramente que curar las creencias es más importante que curar cuerpos. Cada vez se admite más que un problema existencial o emocional puede causar, por ejemplo, un cáncer. Y todos conocemos casos de enfermedades graves que se desencadenan en momentos curiosamente críticos de un enfermo: divorcios, ruinas, peleas…
Por otro lado, se evita entrar en materias espirituales o morales, volviendo a estratificar y a dividir a la persona, sin darse cuenta. Cuando una máxima espiritual sería: integrar cura, dividir mata. Muchos especialistas médicos y autores espirituales coinciden en que un problema médico tiene siempre detrás un problema ético. Es decir, un problema de “decisiones” que tomó o que no acaba de tomar el paciente. Encontraremos siempre que el paciente ha tomado una decisión o ha emitido un juicio que contradice sus valores provocando un colapso emocional que activa la enfermedad física: La persona entra en incoherencia. Hoy se puede medir en el campo magnético del corazón la llamada inteligencia cardíaca y su fractura parece estar siempre en el origen de cualquier enfermedad.

“Una persona en coherencia no puede enfermar”. Enric Corbera.

El perdón verdadero, profundo, tiene enormes posibilidades terapéuticas. Siempre y cuando se trabaje como estrategia de liberación de emociones tóxicas. La comprensión y práctica en terapia del perdón se está revelando como una de esas herramientas terapéuticas que hay que desempolvar, redefinir y recuperar en la práctica médica, bien sea para curar almas o cuerpos.
Pero que arrastra una carga conceptual errónea y negra de siglos. Posee tanta carga nefasta y negativa que muchos terapeutas prefieren ni nombrarlo en su consulta, a riesgo de ser mal entendidos. Es comprensible que prefieran utilizar equivalentes como: soltar, deshacer, rendirse, aceptar, desapegarse, liberarse, no juzgar, re-evaluación, re-visión, autocompasión…

“Quien culpa a otros de sus males es un ignorante.
Quien se culpa a sí mismo de cuanto le sucede se está educando.
Quien no culpa a otros ni a sí mismo ha completado su educación”. Epícteto.

Hasta hace poco tiempo, el perdón era algo que se compraba y se vendía. Que se entregaba con gran dolor y sacrificio. Debías perdonar para alcanzar un paraíso y para evitar un infierno. Poco tiene que ver ese “viejo perdón” o perdón egoísta con éste al que llamamos perdón filosófico, perdón transpersonal o perdón verdadero.
Filosófico: por los conocimientos filosóficos que necesitamos entender antes de aplicarlo. Y para distinguirlo de cualquier fe absurda o creencia obsoleta. Es filosófico porque es un proceso cognitivo, consciente y voluntario. Todo un ejercicio filosófico, ético y civilizado. Está presente de una manera más o menos abierta en toda la tradición filosófica oriental y occidental: Buda, Platón, Epícteto, Pirrón, Séneca…
Transpersonal: porque para ejercitar este perdón debemos encontrar, reconocer y practicar un punto de vista que va más allá de nuestra propia personalidad (entendida ésta como el conjunto de los cuatro cuerpos o vehículos inferiores: físico, energético, emocional y mental inferior). Lo transpersonal será entonces la clave para que el proceso del perdón sea vivido desde “la cima de la montaña” con la perspectiva que nos permite ver nuestras conductas y programas de una forma más objetiva. Recordemos que la mente no puede verse a sí misma, sino desde ese “algo” que observa, que está más allá de la mente (inferior o concreta).
El perdón no es algo que se pueda imponer ni dar a otra persona. Más bien consiste en recorrer conscientemente las diferentes etapas que han causado la enfermedad, primero en la mente, las creencias y luego en el cuerpo. El terapeuta entonces no sana nada ni cura a nadie. Solo acompaña como Atenea acompaña a Teseo para que no se pierda en su laberinto. O como Virgilio acompañó a Dante a sus infiernos (dolor, juicios, culpabilidad…) para llevar las comprensiones hacia la luz y la libertad.
Existen interesantes trabajos de psicoterapia, como las del Dr. Isaac Jauli, que proponen una analogía muy adecuada: el terapeuta acompaña al paciente hasta el fondo de la caverna. Al ver sus propias sombras, al tomar conciencia del error de su percepción, se atreve a “soltar” creencias, a cambiar la decisión de atacar o de sentirse atacado, y por tanto a “desconectar o desprogramar” la enfermedad desde su inicio. El camino de sanación se convierte así en análogo al camino de ascenso o salida de la Caverna.
¿Cuánto podríamos ahorrar en sufrimiento, energía y presupuestos si supiéramos utilizar esta herramienta del perdón? No cabe duda de que la perspectiva, por muy ilusa que parezca a algunos, merece la pena estudiarla seriamente.
Se empieza a comprender cada vez más, por miles de médicos, naturópatas, terapeutas y psicólogos que quien perdona, se cura. ¿Es pues la panacea que cura a las personas? ¿Qué maravillosa propiedad tiene el perdón? Pensamos que no es un medicamento, ni la panacea, ni un placebo, ni un milagro. Es filosofía clásica, psicología racional-emotiva-conductual, como enseña el Dr. Albert Ellis. Un camino de autoconciencia, viejo como la humanidad que siempre ha estado aquí. Disponible para todos, como decía C. G. Jung, para realizar la verdadera alquimia: la alquimia interior de la integración de los opuestos. La transmutación del plomo (juicios, odios, aversiones) en oro (integridad, luz, aceptación, virtud).