«He buscado los límites de mi alma, pero no los he encontrado» (Heráclito).
Stanislav Grof es sin duda uno de los grandes investigadores de la conciencia humana. Doctor en psiquiatría, profesor en Esalen y pionero de la psicología transpersonal, se especializó en la investigación de los estados no ordinarios de conciencia. Especialmente en los, por él llamados, estados «holotrópicos», que traducido del griego sería: lo que apunta o se dirige hacia la totalidad, el todo.
La palabra sugiere que en nuestro estado ordinario de conciencia no estamos enteros; estamos fragmentados e identificados sólo con una pequeña parte de lo que en realidad somos.
Sus descubrimientos e hipótesis corroboran totalmente las enseñanzas de la Filosofía Perenne. Grof investigó durante muchos años utilizando psicodélicos de forma seria y contrastada en varios proyectos universitarios. Pero también examinó otros métodos de aproximación a la conciencia no ordinaria como yoga, meditación, respiraciones ancestrales, etc. Junto a su mujer, también investigadora, crearon su propio método: la respiración holotrópica, que utiliza sólo el poder de la propia respiración de forma segura y estudiable. También corroboró sus tesis con las de otros doctores expertos en las ECM, experiencias cercanas a la muerte; investigaciones sobre reencarnación; y los modernos descubrimientos que relacionan la física y la biología con la conciencia.
“El éxtasis, el sueño y el ensueño son las puertas del alma hacia el espíritu”. (Pitágoras)
Una de sus tesis más importantes es que la conciencia no es un producto del cerebro sino un principio fundamental de la existencia y que además desempeña un papel esencial en la creación del mundo fenoménico. Afirma que en última instancia nuestra psique tiene la misma identidad que el principio cósmico creador, tal como podemos estudiar en tradiciones hindúes o egipcias muy antiguas.
El doctor Grof asegura que sus observaciones son plenamente experimentables y que sería muy importante examinar seriamente el potencial sanador, transformador y evolutivo de dichas experiencias. Aunque reconoce muy bien que dicho examen cuestionaría los mismos cimientos de la cultura materialista actual.
En este artículo exploramos uno de sus aportes más interesantes y que, de alguna forma, todos hemos experimentado, aunque no lo recordemos: el nacimiento.
Siguiendo los viejos aforismos de que «en el inicio está el todo»; “en la parte está la totalidad”, y la ley de analogía de que «lo pequeño es igual a lo grande», Grof explora y descubre que los momentos perinatales contienen información relativa al todo de la vida adulta, así como de la vida universal. Asegura que el ámbito perinatal es una importante fase de conexión entre los niveles biográficos y transpersonales (los que van más allá de la personalidad individual).
A fin de estudiarlo, divide el nacimiento biológico en varias fases, las Matrices Perinatales Básicas, que se pueden vivir en positivo o en negativo. Además de contener información sobre el estado del feto incluyen diversas escenas naturales, históricas y mitológicas universales.
Por supuesto que Grof no cae en el reduccionismo de explicar el rico simbolismo universal con la simple asociación al nacimiento biológico. Esto que equivaldría a caer en la «falacia pre-trans» que explica muy bien su colega Ken Wilber. Propone no confundir los aspectos pre personales del psiquismo humano con las experiencias transpersonales o espirituales, pues son dominios en cierto modo similares pero en diferentes niveles de evolución de la conciencia. Más bien al contrario, Grof corrobora y restituye ese simbolismo universal como realidad existente en la psique colectiva humana y añade con su investigación que esos contenidos son reactualizados y vividos por cada persona, en cada nacimiento humano.
“Cada fase del parto está asociada con un patrón vivencial distinto, caracterizado por una combinación concreta de emociones, sensaciones físicas e imágenes simbólicas universales» (S. Grof).
La 1ª Matriz Perinatal se refiere a la situación inmediata al nacimiento. Cuando se experimenta en paz se encuentran imágenes de vastas regiones sin límites ni fronteras. A veces nos identificamos con galaxias, con el espacio; tenemos la experiencia de flotar en el mar o convertirnos en delfines, peces o ballenas. La naturaleza se percibe como segura, hermosa y nutritiva. Sus imágenes y emociones típicas se pueden comparar al Paraíso o al Cielo tal como lo describen diferentes culturas.
Cuando esta fase se vive con perturbaciones se experimenta una sensación de amenaza oscura, sentimos que estamos siendo envenenados. Podemos ver imágenes de aguas contaminadas o vertederos, producidos también por cambios tóxicos en el cuerpo de la madre embarazada. Cuando hay interferencias más violentas, como un intento de aborto, habitualmente se conecta con visiones arquetípicas de apocalipsis universal o de fin del mundo.
La 2ª Matriz Perinatal es el momento del nacimiento. Es común sentir que estamos siendo succionados por un remolino gigante o tragados por un animal mítico, como dragones, serpientes o leviatanes. También se puede sentir que todo el mundo está siendo sepultado. La sensación de amenaza para la vida puede ser abrumadora y conducir a una desconfianza y ansiedad enorme. También se relaciona con las imágenes de los héroes arquetípicos que descienden a los infiernos o mundo subterráneo, tal como describió el gran mitólogo Joseph Campbell en El viaje del Héroe (1968).
Revivir esta fase, cuando el útero se está contrayendo pero el cuello aún no está abierto, es una de las peores experiencias que el ser humano pueda tener: se compara con una monstruosa pesadilla claustrofóbica, vivida con desesperanza e indefensión. Suele contener sentimientos de soledad y desesperación existencial, que puede elevarse a la dimensión metafísica (quizá esto explique ciertas filosofías modernas de la angustia existencial). Esto puede verse acompañado por imágenes de diablos y paisajes infernales que encontramos en todos los folclores. Las contracciones uterinas sin escapatoria nos conectan con secuencias del inconsciente colectivo como presos en mazmorras, reclusos en campos de concentración o animales atrapados en trampas. Y con pasajes míticos como los tormentos del infierno; Sísifo en el Hades; o la agonía de Cristo preguntando por qué dios le ha abandonado. Es equivalente a lo que en diversos textos espirituales equivale a la «noche oscura del alma». Pero a pesar de la extrema desesperación que entraña, este estado constituye una importante fase de la apertura espiritual; puede ser inmensamente purificador y liberador para aquellos que lo pasan conscientemente.
En la 3ª etapa o matriz asistimos al parto propiamente dicho: la salida hacia la luz. La cabeza se abre paso a través del canal del nacimiento y de presiones hidráulicas. Se relaciona con imágenes del inconsciente colectivo de batallas titánicas, revoluciones y torturas sangrientas. Se relaciona con impulsos y energías sexuales problemáticas y muy intensas. Grof apunta aquí a la relación, aparentemente extraña, entre el dolor y la sexualidad. Parece que revivir esta etapa del nacimiento se relaciona con imágenes arquetípicas como la «noche de Walpurgis», escenas de rituales, orgías, sacrificios, etc. mezclado con una presencia numinosa, o sea, que preludia una cercana apertura espiritual. Este período es el encuentro con esa parte de la personalidad que C.G. Jung llama la Sombra.
Cuando esta fase termina y se resuelve muchas personas experimentan o ven el vía crucis o crucifixión de Cristo. También figuras mitológicas de muerte y renacimiento como Osiris, Dionisos, Innana o Perséfone.
La 4ª matriz perinatal es ya el contacto con la luz, lo que se percibe típicamente como fuego. Pueden aparecer imágenes de ciudades o bosques ardiendo o nos identificamos con víctimas inmoladas por el fuego. En el imaginario colectivo corresponde al fuego purificador, al ave fénix, que emerge de sus cenizas rejuvenecida. Cuando revivimos el nacimiento se experimenta como una aniquilación completa y una posterior resurrección.
Grof afirma que la experiencia del parto permanece en nosotros sin digerirse ni asimilarse psicológicamente. Que es determinante en el concepto que uno se forma de sí mismo (se forman creencias inconscientes); y que se reflejará en sus futuras actitudes. Desde otro ángulo, que también analiza este investigador, éste es un proceso análogo al nacimiento espiritual, conocido en la sabiduría perenne. Dice: «la muerte del ego es la muerte de nuestros viejos conceptos sobre quiénes somos y cómo es el mundo, que fueron forjados por la huella que se imprimió en el momento de nuestro nacimiento». (¿Quizá por esto la astrología clásica otorga también tanta importancia a este momento?). Grof afirma que conforme vamos limpiando nuestra psique de esos viejos programas, dejándolos emerger a la conciencia, se va reduciendo su carga energética y se elimina su influencia destructiva en nuestra vida.
Este proceso, la muerte del ego, sería la etapa que todas las espiritualidades del mundo describen como una aniquilación total en todos los niveles de la personalidad: destrucción física; desastre emocional; derrota intelectual y filosófica; fracaso moral y condena espiritual. Se pierden todos los puntos de referencia del «antiguo personaje». Después de ese «soltar» aparecen figuras de inmenso brillo y belleza sobrenaturales. Relacionadas con reinos celestiales, seres angélicos o deidades, como la Gran Madre, rodeadas de luz.
El doctor Grof expone, como final de su estudio comparativo entre las etapas del nacimiento y las etapas de desarrollo espiritual, que la experiencia de la muerte y renacimiento espiritual se recreaba y simbolizaba en todas las culturas antiguas. Se instituían como rituales de paso, o iniciáticos, dirigidos a debilitar nuestra identificación con el «ego encapsulado en la piel» y reconectar al ser humano con el ámbito de lo trascendente.
Hoy en día no tenemos esos rituales establecidos en nuestras sociedades excesivamente consumistas y materialistas. Pero sí está al alcance de todos nosotros realizar un camino de autodescubrimiento; un honesto examen de nuestra conciencia y de nuestra personalidad para ir purificándola y, con ella, nuestras acciones y tendencias. Solo así, uno a uno, lograremos una verdadera regeneración espiritual de los seres humanos.